Son las ciudades más antiguas de América
Granada y León, sutiles diferencias
Por: ÉLBER GUTIÉRREZ ROA / Granada, Nicaragua.
Durante mucho tiempo vivieron guerras y alegaban ser distintas una de la otra.
A Granada intentaron varias veces destruirla sin éxito. Desde los corsarios que asediaban las colonias españolas en el continente, hasta las tropas liberales de la ciudad de León, su archirrival hermana, la historia de esta capital nicaragüense fue construida a partir de guerras, amenazas de invasión e incendios. Granada, como León, está ubicada al occidente del país, en la Costa Pacífica, y al igual que aquella es uno de los más importantes centros culturales e intelectuales de esa Nación. Por eso se parecen. Por eso vivieron en guerra durante siglos.
Ambas fueron fundadas en 1524 y son conocidas como las ciudades más antiguas del continente. Granada fue siempre la ciudad de los conservadores y León la de los liberales. En épocas en las que la filiación partidista era causal de muerte, no era de extrañar que la barbarie se encargase de acabar con los tesoros culturales que pudiesen simbolizar el poder del rival, incluidas las mismísimas iglesias del barroco americano erigidas por arquitectos europeos.
Pero el presente de estos dos hermosos centros culturales ya no es de rivalidad y violencia. En un país pobre y pequeño como Nicaragua, León y Granada se convirtieron en las dos principales fuentes de ingresos vía turismo (León además es centro financiero). A ambas puede accederse desde Managua, en un recorrido de casi dos horas en autobús.
La llegada a Granada es semejante a la de ciudades tradicionales de España. Quince minutos antes de entrar en el casco urbano, las calles empedradas comienzan a darle la bienvenida al visitante. Ya en el centro de la ciudad son comunes las casonas con amplias entradas a través de las cuales se aprecia siempre un pasillo con mesas de madera que conduce al patio andaluz lleno de frutales y de árboles de sombra, fuente en el centro, adoquines de barro y pequeñas tejas caoba del mismo material. Nada mejor que compartir una cerveza Victoria en las sillas ubicadas en aquel ambiente colorido y amenizado por el canto de las aves locales. O sentarse a leer a cualquier autor local a usanza de los extranjeros que visitan permanentemente el lugar.
Porque si la belleza de Granada es admirable, la presencia de extranjeros en busca de bienes raíces en la ciudad es para quedarse boquiabierto. Una casa en esta ciudad puede costar US$600 mil y, por supuesto, no son muchos los nicaragüenses que disponen de recursos para hacer dicha inversión. Españoles, franceses, alemanes y escandinavos en época de retiro son los compradores más frecuentes. Llegan atraídos por la paz que se respira, por el calor del trópico, por el bajo costo de vida y porque aquellas edificaciones siempre les evocan algo de las ciudades en que nacieron.
Las calles granadinas no son tan estrechas como las coloniales de Cartagena. Ni tan frías como las del tradicional sector de La Candelaria, en Bogotá. Pero coinciden con aquellas en ser un viaje al pasado. El malecón que da al Lago Cocibolca (o Lago de Nicaragua) tampoco es tan moderno como el de Guayaquil, en Ecuador. Tiene un sabor especial. Tal vez no por los taxistas y cocheros jugando cartas en la Plaza de la Independencia. Ni por las constantes obras de restauración a que son sometidas las catedrales incendiadas en las pugnas entre liberales y conservadores. Debe ser más bien por la nostalgia que evocan las melodías de temas como “Las casas de cartón” en bares que hace muchos años fueron cuna de pensadores locales y hoy están atestados de europeos blancos y lampiños.
Pablo Milanés y Silvio Rodríguez suenan todo el tiempo en los amplificadores de las plazas de la ciudad y también se escuchan con frecuencia las versiones cantadas de los poemas de Ernesto Cardenal, quizás el sacerdote, escultor, político y escritor más prolífico y admirado del país en el último siglo. Generaciones de nicaragüenses crecieron leyéndolo o influenciadas por su ejemplo desde la teología de la liberación y su casa en Granada es ritual obligado de sus admiradores.
Granada tiene a Cardenal —y muchos más—, mientras León fue cuna del príncipe de las letras castellanas: Félix Rubén García Sarmiento, o Rubén Darío, como el poeta se llamó para hacer homenaje al olvidado apellido del padre borracho y mujeriego que le tocó y al cual le decía “tío”.
Granada es llamada La Gran Sultana, por el estilo andaluz de sus construcciones y los arabescos que se asoman en cada una de sus esquinas. León fue concebida con un toque más castellano. Tras un vistazo rápido, la diferencia para el visitante de hoy radica que la primera conserva con mayor intensidad su estilo colonial, mientras que la segunda tiene aire de modernidad.
La semana en que mayor atención despierta Granada es la misma en la que convoca a la élite de la intelectualidad para su Festival Internacional de la Poesía. León tiene las famosas celebraciones de la Semana Santa con la recreación de la pasión de Cristo, según la interpretación local. También conmemora la Gritería Chiquita, fiesta dedicada a la Virgen María de la Concepción a cambio de que cesaran las erupciones en el volcán Cerro Negro.
Existen en la ciudad liberal celebraciones no religiosas como La Gigantona y el enano cabezón, que recrea personajes de la colonia: la elegante y alta dama española y el enano acompañante que rezonga sobre su situación personal.
Son dos ciudades que dado el tesoro colonial que las inunda resultan únicas en el país al que pertenecen. Se parecen mucho. Y también son muy deferentes.
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